Músicos malditos. Músicos de culto. Músicos a los que sólo conocen
cuatro gatos. La atracción por esos artistas cuyos innegables méritos
artísticos no reciben la merecida respuesta del público siempre ha
estado ahí. El gusto por escarbar en discografías subterráneas y
descubrir pequeños tesoros semienterrados es inherente al aficionado al
rock menos acomodado. Esta entrega, Phil Schoenfelt.
PHIL SHOENFELT – La lluvia tras los cristales
Imaginemos un improbable cruce entre la herencia del post punk, el
gótico americano en su vertiente más sureña y la angustia existencial
europea de Nico o Scott Walker entre otros, antes de meternos en harina.
Añadámosle unas cuantas murder ballads, un contrastado talento
literario y un exilio voluntario en la República Checa y tendremos una
imagen general de Phil Shoenfelt, uno de los músicos más interesantes de
las últimas décadas. General pero aún borrosa, así que a ese dibujo
esbozado procedamos a delinearle y rotular sus muchos perfiles.
Nacido en 1952 en Bradford, al norte de Inglaterra, y mudado tiempo
después a Worcester en las Midlands, Phil recuerda muy bien su infancia y
aún mejor el momento en que tomó su primera lección de guitarra, el 22
de noviembre de 1963 (el día que asesinaron a Kennedy). Con la oreja
puesta en Los Beatles, Dave Clark Five, The Pretty Things y demás
parentela, el joven Shoenfelt aprende a tocar y componer de forma
autodidacta y, por el momento, rudimentaria al tiempo que desarrolla una
afición por la literatura menos académica. Así, influenciado por las
lecturas beat y por autores como Kerouac, Orwell o Jean Genet se lanza a
la aventura en un viaje europeo junto a un amigo. Con setenta libras en
el bolsillo y la vida por delante, pasan de tocar en la calle y lavar
platos a terminar en Marruecos y de allí, vuelta a casa. Tras un segundo
viaje al norte de África, regresa para toparse de bruces con una cosa
llamada punk. Viaja a dedo de Newcastle a Londres y durante un año no se
pierde un bolo y trata de montar su propia banda mientras trabaja en
una librería del Soho.
Pero las cosas no avanzan y decide mudarse a Nueva York a principios de
los ochenta. Allí entra en contacto con una efervescente escena en la
que se siente como pez en el agua, aficiones peligrosas incluidas: “en
ese momento parecía que casi todos en la escena musical y artística del downtown
estaban usando heroína. De hecho, se había puesto muy de moda. La gente
también lo romantizaría. Todo se filtró a través de Cocteau, Burroughs,
Baudelaire, De Quincy y, por supuesto, todo el asunto rebelde de Keith
Richards y Johnny Thunders.”
En la Gran Manzana tomará parte en varios combos –the DC10s, Disturbed
Furniture, The Nothing- hasta formar en 1981 su primera banda oficial
junto a Barry Myers y Marcia Schofield. Khmer Rouge se harán un cierto
nombre tocando en el CBGB y el Ritz, actuando en la primera edición del
White Columns Noise Festival auspiciado por Thurston Moore y recorriendo
la costa este teloneando a figuras como Tom Verlaine, Alan Vega, The
Gun Club o The Clash, pero aparte de un siete pulgadas («New Assassins /
Labyrinth») en 1981 y un tardío EP (City Primeval, 1985) no
dejarían más rastro discográfico. Paralela a la trayectoria de Khmer
Rouge arreció asimismo su adicción: “Fue entonces cuando comencé a usar
heroína todos los días, como una muleta, como un medio para adormecer el
dolor. (…) a partir de ese momento pasaron otros siete años de uso
diario antes de que finalmente dejara el hábito. No puedo decir que
lamento la experiencia, porque es una parte muy importante de mí. Si
sobrevives a la adicción y todo lo que eso conlleva, obtienes una
educación que no obtendrás en ningún otro lugar, excepto quizás en una
situación de guerra”.
Consciente de que si seguía desayunando speedballs saldría de Estados
Unidos en una caja de pino, en 1984 regresa a Inglaterra junto a Marcia
–por entonces ya su esposa- y Barry; allí siguen intentándolo pero la
aguja sigue presente y Khmer Rouge llega a su fin en 1986. Sin banda,
sin pasta y sin mujer (Marcia le dejó para entrar como teclista en The
Fall), Phil toca fondo malviviendo en una insalubre okupa de Camden
Town, sórdidas vivencias que reflejaría años más tarde en su primera
novela Junkie Love. Tras lograr por fin dejar atrás el caballo,
en 1988 consigue que Mark E. Smith le produzca (junto a Tony Cohen) y
le publique en su sello Cog Sinister un doce pulgadas con «Charlotte’s
Room» y «The Long Goodbye», dos canciones que supondrían el pistoletazo
de salida para un renacimiento artístico que le llevaría a convertirse
en uno de los cantautores eléctricos más personales de los noventa. Un
primer y excelente álbum a su nombre –Backwoods Crucifixion
(1990)- vende apenas un par de miles de copias, insuficiente para
costearse la vida en Londres. Ejerciendo de taxista, planteándose
dedicarse a la docencia, el sello Humburg Records contacta con él y le
ofrece grabar un nuevo disco. God is The Other Face of the Devil (1993)
forma un indisoluble díptico con su debut, dos discos cargados de culpa
y redención en los que sobrevuelan –aupados por oscuras guitarras y
violines- los fantasmas de Nick Cave y Andrew Eldritch, Lou Reed y
Johnny Cash; dos auténticos exorcismos personales (“tal vez debería
haberlos producido William Friedkin” llegó a bromear al respecto)
grabados con músicos eventuales y con buena parte del material compuesto
tiempo atrás, en los aciagos tiempos en el squat de Camden.
Este segundo álbum tuvo una cierta repercusión en dos países –Grecia y
la República Checa- así que en 1994 Phil llevó a cabo una pequeña gira
por Chequia acompañado por músicos locales. Un tour tan exitoso en lo
musical como en lo personal al conocer allí a Jolana, una camarera de la
que se enamoraría perdidamente y que no tardaría en convertirse en su
segunda esposa. Ambas circunstancias le llevarían a instalarse
definitivamente en Praga e iniciar allí una segunda etapa en su carrera
-que se convertiría en definitiva- reclutando músicos de la zona y dando
forma a su propio grupo bajo el nombre de Southern Cross. Es esa
segunda mitad de los noventa una época fructífera de la que quedarán
diversos testimonios a cual más reivindicable, mezclando su ya habitual
imaginería religiosa y atormentada con el country, el pop y un
incipiente gusto por la música popular centroeuropea. El
primero de esos testimonios será un directo con una embrionaria
formación de Southern Cross editado bajo el nombre de Phil Shoenfelt
with Tichá Dohoda y titulado Live In Prague! (1995), al que seguiría una visita a Grecia al año siguiente y la llegada, en 1997, de dos discos en estudio: Blue Highway,
espléndido debut en estudio con Southern Cross y el disco homónimo de
Fatal Shore, proyecto junto al cantante Bruno Adams y el batería Chris
Hughes (ambos ex miembros del combo australiano Once Upon a Time) con el
que iría intercalando lanzamientos hasta la muerte del primero en 2009.
Ese mismo año se enrolaría en el barco pirata de Nikki Sudden para
acompañarle en directo y terminar encerrándose juntos en los Interzone
Studios de Berlin al año siguiente, de cuyas sesiones surgiría un
trabajo gloriosamente eléctrico –Golden Vanity– que permaneció inédito hasta ser publicado por Easy Action una década más tarde.
Y si todo lo facturado en tan corto espacio de tiempo llevaba a algún sitio, ese lugar era sin duda su siguiente trabajo. Dead Flowers For Alice
(1999) no sólo era lo mejor que había compuesto y grabado hasta el
momento, sino que se convertiría en puntal de su discografía y, de paso,
en uno de los mejores discos ocultos de fin de siglo. Desde los diez
minutos iniciales de esa maravilla “burroughsiana” titulada «Ballad Of
Elijah Cain», pasando por «Veronika’s Veil», «Darkest Hour», «Letter
From Berlin (Part 2)» o el propio tema que titula el álbum, el lienzo
propuesto por Phil con estas nueve canciones es de una belleza y una
melancolía abrumadoras. Pero lejos de dormirse en los laureles
(artísticos, obviamente), la entrada del nuevo milenio le ve desgranando
nuevas y precisas piezas de una rara y delicada orfebrería musical. Ecstatic (2002), tercera entrega junto a Southern Cross se ve seguido casi de inmediato por un segundo capítulo de Fatal Shore, Free Fall
(2003), en el que él y Adams vuelven a explayarse en un cóctel musical
fascinante: “¿hacíamos blues psicodélico-industrial, éramos cantautores
indies, country-noir mutante? ¿o tal vez lizard-lounge-lo-fi-trance?
Había elementos de todos estos estilos en nuestra música, pero no
encajábamos exactamente en ninguna categoría” declaraba recientemente
Phil en una entrevista. Música repleta de inspiración y libre de
ataduras, para desespero de cualquiera que pretendiera comercializarla.
Nunca fue ese el objetivo principal en sus canciones, por supuesto, y no
lo sería en sus siguientes esfuerzos. Antes no obstante el recién
creado sello berlinés Phantasmagoria Records ofrecería una magnífica
retrospectiva de nuestro hombre con Deep Horizon – Selected Songs of Phil Shoenfelt
(2004), inmejorable puerta de entrada a su obra hasta aquel momento y
bisagra para una nueva fase en la que caerían –aparte de docenas de
colaboraciones cuyo rastreo precisa de licenciatura en espeleología- por
orden: New York – London 1981-86 (2004) antología de Khmer Rouge a cargo de Voiceprint/Hip Priest, un nuevo trabajo de Fatal Shore titulado Real World (2007), su participación con «Death Is Hanging Over Me» en Suddenly Yours (2007), el disco tributo a Nikki Sudden editado por Sunthunder y el directo Live At The House Of Sin (2008) junto a Pavel Cingl, violinista de Southern Cross.
La muerte de Bruno Adams en 2009 llegó acompañada de una serie de
títulos en formato digital, empezando por un single de Fatal Shore –
«Bird On A Wire»- y siguiendo con Rare Tracks (seis demos y
relecturas entre las que destaca la versión de estudio de «Devil’s Hole»
grabada en 1990 con la colaboración de Nick Saloman para su revista
Ptolemaic Terrascope) y Dead Flowers For Alice – Unplugged, versión acústica del mismo disco.
Con Fatal Shore finiquitado (sin Adams no tenía sentido seguir, según Phil) un nuevo disco junto a Southern Cross –Paranoia.com (2010)- y otro de demos y descartes de los Shore – Setting The Sails For El Dorado (2011)- precedieron al debut de su nuevo proyecto junto a Hughes y Dave Allen. Dim Locator se estrenaron en 2011 con Inmortalised,
un EP online con tres versiones de Rowland S. Howard, a quien Phil
conocía de los días yonkarras de Camden y en cuyo póstumo documental –Autoluminiscent-
participó interpretando «Dead Radio»; proyecto paralelo el de Dim
Locator que ha mantenido hasta hoy con un diez pulgadas en 2013 (Wormhole) y un cd en directo grabado en Leipzig titulado Six Miles Deep (2016). Un año antes había visto la luz The Bell Ringer, otro estupendo live esta
vez junto a Southern Cross en el que despliega lo mejor de su
repertorio incluyendo un par de guiños a Iggy y los Stooges con «Open Up
and Bleed» (ya inserta en Paranoia.com) y «The Passenger».
Grabado en The Shot-Out Eye, el club de Praga en el que se topó por
primera vez con Jolana, el disco muestra a Phil y su banda en una
maravillosa plenitud y madurez, cerrando un nuevo círculo en una carrera
que lejos de estancarse sigue activa e inquieta. Recién salido del
horno tenemos Out Of The Sky – Real World Demos, artefacto que
recupera las maquetas del tercer disco de Fatal Shore, para deleite de
aquellos que han seguido una trayectoria tan prolífica como
imprescindible.
Autor asimismo –aparte de la ya mencionada Junkie Love– de diversos poemarios y las dos primeras entregas noveladas –Stripped I y II–
de sus años americanos, en lo que pretende agruparse bajo el nombre de
New York Trilogy, Phil Shoenfelt sigue ahuyentando sus demonios y
plasmando sus obsesiones a través del verso, de la prosa y de la
electricidad.
Un mundo, el suyo, particular y fascinante, nacido en los años del punk y
alimentado con múltiples referencias culturales y religiosas hasta
conformar un legado presto a ser descubierto por todo aquel musicólogo
capaz de encontrar un recóndito e inesperado hueco en sus estanterías,
justo en el espacio que queda entre Jacques Brel, Townes Van Zandt y
Crime and The City Solution.
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